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“A bajo con los oficiales”. “Abajo con la dinastía”. “Abajo con los Romanov”. Los soldados amotinados en Petrogrado gritaban con fuerza estas consignas y el ambiente se calentaban por momentos en Petrogrado, la capital por entonces de Rusia (hoy San Petersburgo), en los últimos días de febrero de 1917.
“La protesta que han iniciado es de una magnitud que yo nunca he visto”, confesaba por teléfono el presidente de la Duma, Mijaíl Rodzianko, al comandante en jefe del ejército del Norte, Nikolái Ruzski. Incluso algunos de los participantes se atrevían a corear la famosa proclama “Tierra y libertad”, una consigna contra el arcaico sistema de propiedad del campo que, con el paso del tiempo, se extendería a muchos otros lugares del mundo.
El líder de los bolcheviques, Lenin, se dirige a la multitud en la plaza Roja de MoscúGetty Images
Descontento social y político
Y es que, en realidad, la protesta no la habían iniciado los soldados, aunque se habían unido rápidamente, sino las mujeres y los campesinos. En medio de un invierno durísimo climatológicamente y con el trasfondo de la gran movilización rusa en la Primera Guerra Mundial, la población civil de Petrogrado se lanzó a la calle en protesta por el desabastecimiento de pan y alimentos básicos.
Las primeras en manifestarse fueron, el 23 de febrero, las mujeres trabajadoras textiles, clamando contra las privaciones y colas para conseguir alimentos: gritaban “pan” y sus pancartas más visibles decían “Alimentad a los hijos de los defensores de la madre patria”, aunque pronto aparecieron otras que se atrevían a clamar “Abajo con el zar”, Nicolás II.
La consigna estaba llamada a extenderse, ya que el respeto al autócrata se perdía a marchas forzadas. Nicolás II se encontraba muy desgastado políticamente por todo el asunto de Rasputín, el campesino santón que había sido “el tercer hombre más poderoso de Rusia” al ejercer una desmedida influencia a través de la zarina, Aleksandra Fiódorovna, también muy impopular por ser alemana de nacimiento en un momento de guerra contra este país.
El propio zar era objeto asimismo de reproches en su propio entorno, la amplia e interesada familia Romanov y los grandes nombres de la aristocracia, ya que se le consideraba incapaz de guiar el esfuerzo bélico. Se abrió así la espita del descontento político, que empezó a expresarse sin miedo hasta convertirse en una rebelión en toda regla.
A las mujeres se unieron los campesinos y luego, como se ha dicho, miembros del ejército. La incorporación de estos últimos iba a significar un salto cualitativo que cambiaría todas las perspectivas sobre el alcance de las protestas. Nicolás II no resistió la tremenda presión, tanto desde la calle como desde los centros de poder de su propio régimen, y abdicó, sin apenas oponer resistencia, el 2 de marzo.
El 8 de marzo de 1917 (23 de febrero, en el calendario juliano), miles de mujeres trabajadoras de fábricas textiles (en la foto) marcharon por las calles de Petrogrado para reivindicar más alimentoGetty Images
Se dice que, de hecho, experimentó un gran alivio al hacerlo, pues cada vez prefería más una vida aislada de la corte, hacia la cual él y su esposa habían desarrollado rencor y desapego. La abdicación se produjo oficialmente en la persona de su hijo Alekséi, aunque la previsión oficialista era que quien tomase las riendas fuera su hermano Mijaíl.
Partidarios de esta opción eran la mayoría de los políticos reunidos en la Duma, el Parlamento, hasta entonces sólo con poderes consultivos, pero que días antes había decidido prorrogar sus sesiones desobedeciendo al zar.
Los parlamentarios trataban con los representantes de los trabajadores manifestantes y por tanto conocían el pulso de la calle. Rápidamente se dieron cuenta de que la demanda en favor de una república era muy fuerte y que imponer a otro Romanov al frente del Estado no aplacaría las protestas, sino que más bien las incrementaría.
Así que la Duma enmendó la plana al zar y dejó para más adelante una posible restauración de la dinastía. De momento, se formó un gobierno provisional, fruto de un pacto entre los partidos centristas del Bloque Progresista, dominantes en la Duma, a los que se unió una importante personalidad de las izquierdas, Aleksandr Kérenski. El nuevo poder ejecutivo lo presidió primeroel aristócrata Gueorgui Lvov, de tendencia liberal.
Fruto del ambiente de protesta
Ahora bien, este gobierno no nació con completa libertad de acción, ya que por la dinámica de las protestas se vio obligado a llegar a un pacto con el Soviet de Petrogrado. Los soviets eran consejos asamblearios de obreros, soldados y campesinos que se habían ido formando en las principales ciudades fruto del ambiente de protesta.
El de la capital estaba controlado por los partidos socialistas de izquierda más moderados: los mencheviques (fracción moderada del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia) y el Partido Social-Revolucionario (moderado, a pesar de su nombre), al que pertenecía el popular Kérenski.
Los dirigentes del Soviet impusieron a la Duma la necesidad de consensuar sus decisiones y dictaron una norma según la cual no obedecería ninguna ley que contraviniera las propias normas de las que ellos se estaban dotando (ver recuadro 1).
Así, la primera Revolución rusa –la de febrero de 1917– desembocó en una dualidad de poder entre el órgano representativo propio de un régimen parlamentario, la Duma, de signo centrista, y el órgano representativo con el que se sentía más identificado el pueblo llano, el Soviet, de signo izquierdista. El resultado fue una situación que, en apenas unos meses, resultaba explosiva e ingobernable.
Pero es que, además, había todavía un segmento de los izquierdistas que quería actuar de manera mucho más radical. Se trataba de los bolcheviques, un muy activo partido surgido de la división en 1912 del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, siendo la otra facción la de los mencheviques, más moderados.
Después de la Revolución de Febrero de 1917, el Palacio Táuride fue testigo de las reuniones entre el Gobierno provisional y el Soviet de PetrogradoGetty Images
Al frente de los bolcheviques se hallaba un convencido de la revolución de los trabajadores, Vladímir Uliánov, más conocido como Lenin, que había vuelto en abril de un largo exilio en Suiza de más de una década. Era una personalidad venerada que nunca había dejado de trabajar desde la distancia por “profesionalizar la revolución”.
También realizaban un ingente trabajo con este objetivo otros importantes líderes bolcheviques como León Trotski y Grigori Zinóviev. De forma que, aun siendo un partido más pequeño y con menos representación parlamentaria que las principales fuerzas, su capacidad de acción e influencia era mucho mayor de lo que podía parecer.
En julio, a partir de una enorme manifestación de protesta el día 1 contra el gobierno provisional convocada por los bolcheviques, la situación se radicalizó. Coincidió con el comienzo de la última ofensiva del ejército ruso en la guerra, la llamada Ofensiva Kérenski, lo que llevó a levantamientos entre los soldados.
La Duma y los soviets se enfrentan
En medios oficialistas, la reacción a estas fuertes protestas, que una vez más tenían como eje la capital, fue provocar la caída del primer ministro, Gueorgui Lvov, y sustituirlo por Aleksandr Kérenski, que por entonces detentaba la cartera de ministro de Defensa y se consideraba uno de los líderes más populares de la Revolución de Febrero.
Kérenski trató de jugar un papel intermedio entre la Duma y los soviets). Amparado en sus dotes oratorias y el apoyo de las bases, confiaba en consolidarse como el líder que pudiera garantizar el trabajo conjunto de los socialistas y los liberales burgueses al proponer medidas que fueran independientes del juego de partidos y orientadas al beneficio del país.
Su primer reto fue aplacar las protestas, que habían ido en aumento, y no le iba a resultar fácil. El furor de los manifestantes no había cesado durante los primeros días de julio y era tanto que tenía en un brete incluso a la propia dirección bolchevique, superada por la rapidez de los acontecimientos.
El líder Kérenski (a la derecha, el segundo de pie), Gueorgui Lvov (a la izquierda, el segundo sentado) y Mijaíl Rodzianko (a la derecha, el primero sentado).Getty Images
Lenin y el resto de líderes no estaban convencidos de la viabilidad de una acción armada, porque aún no se veían suficientemente preparados como organización para todo lo que conllevaba. El 16 de julio, miles de trabajadores unidos a los soldados de una división amotinada se plantaron ante la sede bolchevique en Petrogrado y forzaron a que la dirección se sumara a la protesta.
A partir de ese momento se trasladaron sus demandas al Soviet: hacer caer al gobierno provisional de los “ministros capitalistas” y que el poder fuese asumido únicamente por el Soviet. Pero en este órgano tampoco se encontraban convencidos de la viabilidad de tomar el poder. Uno de sus dirigentes, Víktor Chernov, casi fue linchado cuando intentaba explicar su postura a los manifestantes, y hubo de ser rescatado personalmente por León Trotski.
Por su parte, Lenin dijo en un discurso que aún no había llegado el momento de tomar el poder, pero que ese día llegaría “antes del final del otoño”. Toda una premonición. Los manifestantes tomaron algunos edificios lo que, unido a la implicación de unidades militares, dio a la situación tintes de golpe de Estado.
Sin embargo, la falta de convicción de los que tendrían que haberlo liderado llevó a su fracaso: el apoyo popular fue menguando y las fuerzas gubernamentales recuperaron el control de la situación.
José Luis Hernández Garvi
Soluciones de futuro para Rusia
La falta de entusiasmo de la cúpula bolchevique no le supuso ninguna mengua en su responsabilidad, visto desde el punto de vista del gobierno. Se emitió una orden de detención contra Lenin y contra sus principales colaboradores, que desde entonces pasaron a la clandestinidad.
Cómo pudieron llegar los bolcheviques, tan sólo tres meses después, a convertirse en la fuerza directriz de la revolución e imponer sus tesis políticas es una de las grandes sorpresas de este acontecimiento histórico. La explicación hay que buscarla en dos factores: uno ideológico y otro estructural.
Los bolcheviques suscribían plenamente las tesis económicas y políticas concebidas medio siglo antes por el socialista alemán Karl Marx. Su idea fundamental consistía en que la Historia era el resultado de la lucha de clases y de que la siguiente etapa en la evolución de la Humanidad (tras el poder de la aristocracia y luego de la burguesía) sería la toma del poder por la clase del proletariado.
Esta concepción abría una solución de futuroa un país anclado en un orden social que ya para entonces había quedado desfasado, al basarse en la autocracia del zar y permitir el control feudal de la tierra por los terratenientes, admitiendo situaciones de servidumbre y pobreza terribles para millones de personas.
El joven seminarista Iósif Djugashvili, más tarde conocido como Stalin, escribió entusiasmado sobre el marxismo: “No era sólo una teoría, sino toda una cosmovisión, un sistema filosófico”. Y la idea de la lucha de clases levantaba pasiones no sólo en este incipiente colaborador de Lenin, sino que resultaba insuperablemente atractiva para las depauperadas clases populares rusas.
Las tropas rusas se rinden ante la ofensiva de junio de 1917AHR
Así pues, los bolcheviques eran los que más radicalmente aspiraban a concretar el ideario marxista y en particular la siguiente etapa histórica prevista por él, la “dictadura del proletariado”. Por eso, Lenin y sus colaboradores defendían la consigna de “todo el poder a los soviets”, quitándoselo al parlamento “burgués” de la Duma.
El otro factor que resultó fundamental para aupar a los bolcheviques al poder fue su organización interna. Estaban mucho mejor estructurados que los partidos protagonistas de la Revolución de Febrero. Habían llegado al punto decisivo de la Historia de Rusia con los deberes muy bien hechos, ya que la organización profesional de un partido revolucionario siempre había sido uno de los pilares de la estrategia de Lenin.
Éste, desde 1902, llevaba abogando por la necesidad de convertir a sus miembros en “revolucionarios de profesión”, que actuasen siguiendo una jerarquía de partido centralizada. Era, en su opinión, la única forma de plantar cara a un régimen autocrático tan asentado como el ruso.
Como parte de su estrategia, se habían introducido con éxito en colectivos clave como el ejército, algo que más adelante se revelaría como decisivo. Mientras los bolcheviques seguían la hoja de ruta de Lenin con la fecha por él definida del “final del otoño”, Kérenski lidiaba con los múltiples problemas del gobierno en esta situación más el añadido de la guerra.
Fruto del fracaso de su ofensiva en Galitzia, se vio obligado a negociar con el ejército para mantener su apoyo y nombró comandante en jefe a un “duro”, el general Lavr Kornílov, conservador antirrevolucionario que se había hecho popular en los medios castrenses porque su unidad –el 8º Ejército– fue de las pocas que se distinguió en aquellas acciones. Una de sus medidas había sido la de disparar contraquienes abandonasen sus posiciones, algo que oficialmente estaba prohibido.
Armas para los obreros
A finales de agosto, Kornílov planteó a Kérenski proclamar la ley marcial y que se le traspasase el poder para poder acabar con los revolucionarios, a los que planeaba literalmente eliminar. El primer ministro se opuso, pero Kornílov ya tenía previsto marchar sobre Petrogrado con unidades del ejército, a las que convenció diciéndoles que había un levantamiento bolchevique en marcha.
Kérenski, mientras tanto, tuvo que entregar armas a los trabajadores civiles, fieles al Soviet, para que defendieran la ciudad ante el inminente ataque. No fue necesario llegar a ese punto porque el apoyo a Kornílov decaería entre sus propias unidades al saber que era mentira la existencia de un levantamiento.
Pero, aunque su golpe fracasó, dejó algunas consecuencias, de las cuales no fue la menor que los trabajadores dispusieran de las armas recibidas, las cuales iban a ser utilizadas más adelante por ellos para los objetivos revolucionarios de Lenin.
El momento en que los acontecimientos se acabaron de precipitar definitivamente llegó en octubre. Kérenski planeaba legitimar el poder del gobierno provisional mediante la elección de una asamblea constituyente, un paso necesario según la abdicación de Nicolás II, que la mencionaba como único órgano con legitimidad para cambiar oficialmente la forma de gobierno en Rusia.
Durante el mes de julio de 1917, las protestas de miles de trabajadores rusos se sucedían en las calles de Petrogrado. En la foto, los manifestantes huyen de las tropas gubernamentales que intentan disolverlosGetty Images
Lenin quería adelantarse a este paso. Desde el verano, el descenso de popularidad de los partidos socialistas moderados había hecho posible que los soviets de las principales ciudades de Rusia fuesen controlados por los bolcheviques, de forma que todo cuadraba en su estrategia según la consigna que tanto habían utilizado él y sus seguidores: “Todo el poder a los soviets”.
Así que Lenin exigió una ruptura cuyo objetivo sería que el Soviet de Petrogrado renegase del gobierno Kérenski y que el inminente Segundo Congreso Panruso de los Soviets, de Diputados, de los Obreros y Soldados, convocado para el 25 de octubre, entregase el poder legítimamente a un gobierno izquierdista radical con objetivos revolucionarios.
Se imponen medidas revolucionarias
En la práctica, esto suponía llevar a cabo un alzamiento, ya que Kérenski no iba a renunciar dócilmente a su poder. Las dificultades de gestionar esta situación hacían que dentro del propio partido bolchevique no hubiese unanimidad en apoyar a Lenin.
A la postre, sin embargo, éste conseguiría imponer su punto de vista. Coincidiendo con la fecha de inicio del congreso, el citado 25 de octubre, Lenin ordenó un audaz golpe de mano en Petrogrado, para el cual resultaría decisivo el apoyo de los soldados, entre los cuales tan hábilmente llevaban años infiltrándose los bolcheviques, y de los trabajadores, con las armas que dos meses antes les había tenido que entregar Kérenski.
Las fuerzas bolcheviques y sus seguidores asediaron el Palacio de Invierno, en el que tenía su sede el Gobierno provisional, con la intención de forzar la renunciade éste justo antes de que comenzase el Congreso de los soviets, de forma que todo aconteciese bajo una máscara de legalidad. El inicio del congreso se retrasó hasta nueve horas, pero Lenin consiguió su propósito.
Soldados simpatizantes de Kornílov entregan sus armasMary Evans
En esos “diez días que estremecieron al mundo”, según el título del libroreportaje del periodista socialista americano John Reed que encantó hasta al propio Lenin, se iban a dictar medidas revolucionarias de un alcance sorprendente: la abolición de la propiedad privada de la tierra, la retirada de la I Guerra Mundial, la adopción de la jornada de trabajo de ocho horas, la supresión de títulos nobiliarios y rangos sociales, la prohibición de la discriminación por nacionalidad o religión, el derecho de autodeterminación…
Con este nuevo orden de cosas nacía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), denominación que se dio desde entonces al milenario país.
Análisis de un país en guerra
Hasta aquí los hechos. Pero su interpretación es muy diversa. ¿Gran avance social o concepción dictatorial del mundo? La Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos condicionó durante la segunda mitad del siglo XX el estudio de la Revolución rusa, enaltecida por la intelectualidad comunista en todo el mundo y vilipendiada desde la otra trinchera ideológica, la de los pensadores liberales.
Con el final de la URSS a principios de los años 90 del siglo XX, los corsés ideológicos saltaron y con ellos se abrieron los impenetrables archivos de los sucesivos gobiernos del Kremlin, sobre todo los de la época de Lenin y Stalin, que han ofrecido perspectivas inexploradas e incluso sorprendentes.
En el reciente libro The Russian Revolution: A New History, el especialista norteamericano Sean McMeekin destaca: “La revelación más importante de los archivos rusos ha sido una muy simple. El hecho sobresaliente en Rusia en 1917, presente virtualmente en todas las fuentes documentales de la época, es que era un país en guerra. Ese hecho dominó todo lo demás”.
La importancia de esta constatación reside en que el análisis de la participación rusa en la Primera Guerra Mundial, que la enfrentó a Alemania, resultó imposible durante toda la época soviética, un auténtico tabú. La causa fue el discurso oficial que había quedado grabado por Lenin.
Este sostuvo que la guerra “capitalista” estaba siendo un desastre para Rusia y había que acabarla como fuera, lo cual se hizo mediante un tratado de paz firmado con los alemanes en la ciudad de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, tras meses de negociación.
Pero parece que esta postura de Lenin obedecía al menos en parte a sus propias deudas contraídas con Alemania: habían sido los alemanes los que le ayudaron a volver de su largo exilio en la neutral Suiza.
En el Segundo Congreso de los sóviets (arriba, Lenin se dirige a los asistentes) se acordó entregar todo el poder a un gobierno izquierdista radical con objetivos revolucionarios que derrocase el Gobierno de Kérenski, y así ocurrió el 25 de octubre de 1917Getty Images
Una de esas acciones con soporte alemán fue la infiltración de agitadores bolcheviques dentro del Ejército: éstos se dedicaron a promover motines y a fomentar la deserción en masa, siguiendo la consigna de sus jefes de acabar con la “guerra imperialista”.
Su gran éxito en este esfuerzo de ganarse apoyos entre los soldados “dotó al partido bolchevique con el músculo que necesitaba para triunfar en la Revolución de Octubre e imponer el gobierno comunista en Rusia”, escribe el historiador McMeekin.
Cree equivocado el juicio transmitido por los bolcheviques de que la situación del ejército ruso fuera tan mala durante la guerra, e incluso discute el descontento: “Los informes de los censores militares, sólo ahora redescubiertos, muestran que la idea de una insatisfacción progresiva entre las tropas en el invierno de 1916-17, que se encuentra en prácticamente todas las historias de la Revolución, es errónea: la moral estaba subiendo, sobre todo porque los soldados campesinos rusos estaban mucho mejor alimentados que sus oponentes alemanes”.
Soldados y obreros afiliados a la causa bolchevique ocuparon el Palacio de Invierno, sede del Gobierno provisional, que perdió su poder de forma definitiva en el llamado “Octubre Rojo” de 1917. Abajo, una escena del asedio al complejo palaciegoGetty Images
Del mito a la realidad de la Revolución rusa
A partir de estas constataciones, hay varios historiadores que, como McMeekin, cuestionan la mismísima idea de una revolución. Por ejemplo, la serbia Mira Milosevich, que acaba de publicar su Breve historia de la revolución rusa (y autora del artículo Del sueño bolchevique al revisionismo de Putin: un siglo del Octubre rojo), afirma:
“Lo que solemos llamar Revolución de Octubre partió de un golpe de Estado efectuado por un grupo minoritario (la facción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia) y desembocó en una Guerra Civil de la que emergería el sistema soviético con su recurso al terror permanente. Gracias a una poderosa maquinaria de propaganda, a la labor de los historiadores oficiales y a la colaboración de numerosos intelectuales y trabajadores manuales de otros países, el Partido Comunista de la Unión Soviética pudo construir el mito de una revolución proletaria”.
Hoy, cien años después, el mito empieza a dejar paso a la realidad, pero aquellos “diez días que estremecieron al mundo” continúan fascinando en la misma medida en que lo han hecho durante todo un siglo.
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